Viajar es mucho más que desplazarse. Es transformar. Desde los antiguos relatos homéricos hasta las novelas modernas de aprendizaje, el viaje ha sido símbolo de cambio, búsqueda y redención. A lo largo de la vida, todos emprendemos distintos viajes: algunos físicos, otros interiores, otros incluso imaginarios. Pero casi siempre hay uno que nos marca profundamente, que nos cambia para siempre.
Ese viaje especial puede tomar muchas formas: dejar un país, reconciliarse con alguien, enfrentarse a un dolor, aceptar el paso del tiempo. Y la vida misma, en su más amplia expresión, no es otra cosa que un gran viaje. No tiene mapa, no hay billete de vuelta, y su final —inevitable— no le quita sentido al trayecto. Al contrario: lo intensifica.

Por eso elegimos como punto de partida del cinefórum esta temática. Porque cada uno de nosotros carga con trayectos, decisiones, despedidas, comienzos. Y porque a través del cine podemos volver a experimentar esos caminos, reconocernos en otros, detenernos a mirar lo que normalmente pasa desapercibido.
La película que nos convoca, Una historia verdadera (The Straight Story), dirigida por David Lynch, es un ejemplo luminoso de esto. Es una historia mínima, íntima, pero de una profundidad emocional enorme. Nos recuerda que a veces los viajes más importantes no se miden en kilómetros, sino en los silencios, en el tiempo que uno tarda en perdonar, en los gestos que aún pueden cambiar una vida.

“Una historia verdadera”
Estrenada en 1999, Una historia verdadera supuso un giro radical en la filmografía de David Lynch. Basada en un hecho real, narra el viaje de Alvin Straight, un anciano de 73 años que recorre más de 500 kilómetros en una cortadora de césped para reencontrarse con su hermano enfermo, con quien llevaba años sin hablar.
La película rompe con el estilo habitual de Lynch: no hay surrealismo, ni atmósferas inquietantes, ni narrativas fragmentadas. En su lugar, encontramos una historia lineal, tierna, profundamente humana. Y sin embargo, lo lyncheano sigue ahí: en la extrañeza de lo cotidiano, en los silencios cargados de sentido, en la dignidad que emerge de lo mínimo.
El ritmo pausado, la fotografía de Angelo Badalamenti que capta la inmensidad del Medio Oeste americano, y la interpretación conmovedora de Richard Farnsworth (quien estaba enfermo terminal durante el rodaje), hacen de esta película un viaje emocional en sí mismo. Cada parada que hace Alvin, cada persona con la que se cruza, cada recuerdo que aflora, construyen un retrato conmovedor de la vejez, la culpa, el perdón y la belleza de lo simple.
La película invita al espectador a bajar el ritmo, a mirar con atención lo que suele pasar desapercibido. Es una historia de reconciliación sin sentimentalismos, donde el viaje externo refleja un viaje interior hacia la aceptación y la paz.
Una historia verdadera nos recuerda que la épica también puede ser íntima. Que el cine no necesita grandes efectos ni giros de guion para tocarnos profundamente. A veces, basta un hombre mayor, una cortadora de césped, y un horizonte por recorrer.
David Lynch
Hablar de David Lynch es adentrarse en los rincones más extraños del alma humana. Nacido en 1946 en Montana, Lynch es uno de los cineastas más inclasificables de la historia del cine. Su obra, profundamente personal, explora los márgenes entre lo real y lo onírico, lo cotidiano y lo perturbador, lo bello y lo monstruoso.
Desde Cabeza borradora (1977) hasta Mulholland Drive (2001), pasando por Terciopelo azul y la mítica serie Twin Peaks, Lynch ha creado un universo propio, donde el sentido a menudo se disuelve y la experiencia sensorial prevalece sobre la lógica narrativa. Su cine exige atención, intuición, apertura. No busca agradar, sino inquietar, sacudir, despertar.
Por eso Una historia verdadera sorprende tanto. Porque parece lo opuesto a lo que se espera de Lynch. Y, sin embargo, allí está su genio: incluso cuando narra una historia sencilla y lineal, logra crear una obra cargada de simbolismo, de belleza contenida, de humanidad profunda. Lynch demuestra que no necesita el misterio para ser profundamente evocador.
Además de cineasta, Lynch es pintor, músico y defensor de la meditación trascendental, práctica que ha influido en su visión artística. Cree en el inconsciente como fuente de creación, y en el cine como una forma de acceder a realidades más profundas que las visibles.
David Lynch no dirige películas para ser entendidas, sino para ser sentidas. Y Una historia verdadera es, paradójicamente, una de sus películas más claras… y una de las más conmovedoras. Quizá porque, al final, no hay nada más misterioso que el perdón, nada más profundo que el viaje de vuelta hacia alguien que alguna vez fue parte de nosotros.
